Existen pruebas de que los océanos
han sufrido a manos del hombre durante miles de años, desde la época romana.
Sin embargo, los estudios recientes demuestran que la degradación,
especialmente en las zonas costeras, se ha acelerado notablemente en los
últimos tres siglos.
Muchos de los contaminantes que
encontramos en los océanos son liberados en el medio ambiente mucho antes de
llegar a las costas. Los fertilizantes que utilizan los productores agrícolas
en zonas de interior, por ejemplo, acaban en las corrientes, ríos y aguas
subterráneas locales, y más tarde se depositan en los océanos, bahías y deltas.
Este exceso de nutrientes puede provocar un crecimiento masivo de algas que
consumen el oxígeno del agua, generando zonas en las que no puede haber vida
marina o apenas existe. Los científicos han descubierto 400 zonas muertas con
estas características por todo el planeta.
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Los residuos sólidos como bolsas,
espuma y otros desechos vertidos en los océanos desde tierra o desde barcos en
el mar acaban siendo con frecuencia alimento de mamíferos marinos, peces y aves
que los confunden con comida, con consecuencias desastrosas. Las redes de pesca
abandonadas permanecen a la deriva durante años, y muchos peces y mamíferos
acaban enredados en ellas. En algunas regiones, las corrientes oceánicas
arrastran billones de objetos de plástico en descomposición y otros residuos
hasta formar remolinos gigantescos de basura. Uno de ellos, cerca del Pacífico
septentrional y conocido como el Gran Parche de Basura del Pacífico, tiene una
extensión que según los resultados de investigaciones llevadas a cabo duplica
la del estado de Texas. A principios de 2010, se descubrió otra gigantesca isla
de basura en el océano Atlántico.
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